Reza un viejo proverbio alemán que tu casa puede sustituir al mundo, pero el mundo jamás sustituirá a tu casa. Esto es algo que debe escapar al privilegiado entendimiento de las mentes pensantes de las entidades bancarias, que en los últimos tiempos están privando del derecho constitucional a la vivienda a miles de familias en este ignominioso país –payo al que llaman España, que decía ese viejo perro de Leopoldo Mº Panero- y son ya 3.637, para ser exactos, las que se han quedado en la calle, con una mano delante, y detrás, una deuda inasumible incluso para los más voluntariosos y obedientes.
Este es el caso de Cristina Durán, una abogada de treinta y seis años, que tras ejercer siete de ellos como auxiliar de notaria, pierde su empleo, y comienza ese periplo que hoy hemos convenido en llamar “ascensor hacia el desahucio”. Cristina era una esforzada trabajadora, que dedicaba como tantos, casi doce horas diarias a cumplir con sus obligaciones laborales. Percibía por ello una remuneración -nada despreciable con la que está cayendo- de algo más de 1.700 leuros. En una situación holgada en términos económicos, y para cumplir ese precepto tan premeditadamente impulsado por los agentes financieros en los últimos años, que podría denominarse como “el sueño español”, decide adquirir una vivienda en propiedad. Para ello entrega como entrada seis millones de las antiguas pesetas, que consigue reunir, a demás de con todos sus ahorros, con los de su padre, barbero de profesión, y actualmente pensionista.
Después de tres años de pagar metódicamente a Ibercaja una hipoteca de 600 euros mensuales, es despedida, y empiezan las dificultades. Se afana durante algún tiempo realizando oficios varios, como el de camarera, barrendera municipal, repartidora de publicidad, y un largo etcétera que la mantiene como una balsa de aceite flotando en el cruento océano del empleo precario. Ya en el último año y medio, y ante la imposibilidad de obtener alguna fuente de ingresos, ve agotarse las prestaciones y subsidios por desempleo, e inevitablemente llegan los primeros impagos, los recibos devueltos, la nevera vacía… y el primer aviso de desahucio.
Mediante un proceso que deja mucho que desear en cuanto a su regularidad, el piso que tantos esfuerzos costó a Cristina y a su familia, es subastado en enero del corriente, y adquirido por la propia entidad, notificando de ello tan solo cinco días hábiles antes del efecto para recurrir. Recurso inútil que Cristina interpuso junto a un abogado de oficio, sin obtener ningún resultado. Para más escarnio, la cuenta que Cristina poseía en otra entidad bancaria (esta vez La Caixa) y donde depositaba algunos pequeños ingresos que obtenía eventualmente como limpiadora, ha sido embargada.
Entre todo esto y a través del Ateneo Andaluz de Dos Hermanas(Sevilla), toma contacto con los movimientos sociales, con los que emprende una militancia activa, y recibe la solidaridad y el apoyo de los compañeros, que junto al de su familia, le permiten sobrellavar la situación hasta el día de hoy, 19 de septiembre de 2012, día en que iba a hacerse efectivo el desahucio. Y digo iba, porque unas doscientas personas congregadas frente a la casa, vecinos, amigos, y miembros de distintas plataformas y asociaciones, impidieron el acceso a la vivienda al personal de la entidad, al cerrajero , y a los escasos diez agentes del cuerpo nacional de policía que acudieron a la cita. Entre aplausos y vítores de “Sí se puede, sí se puede” se retiraban confusos y sorprendidos los desahuciadores, que no se habían topado con una respuesta similar en la localidad sevillana. Pero lo cierto es que volverán, tal vez en uno o dos meses, y esta vez vendrán preparados para que no quepan sorpresas. Traerán consigo todo el peso de sus leyes y sus trampas.