sábado, 24 de octubre de 2009

ARMONIOSA LECTURA


HOY HE PODIDO GOZAR DE UNA ARMONIOSA LECTURA, DONDE TODAS LAS PALABRAS PARECÍAN NOTAS MUSICALES EXACTAMENTE COLOCADAS PARA QUE NINGUNA ROMPIERA LA MELODÍA. CUANDO UNO ESCRIBE UN TEXTO Y LO REVISA, SON MUCHAS LAS VECES QUE OBSERVA QUE ALGO NO FUNCIONA DEL TODO, QUE ALGO ROMPE LA ARMONÍA QUE DESEAS. UNAS VECES DAS CON LA TECLA Y CONSIGUES CIERTO EQUILIBRIO Y OTRAS TE DAS POR VENCIDO Y LO DEJAS TAL COMO ESTÁ PORQUE NO SABES DARLE EL PUNTO NECESARIO. ESTE TEXTO QUE REPRODUZCO A CONTINUACIÓN CORRESPONDE A LOS TEXTOS ARMONIOSOS, A AQUELLOS A LOS QUE NO LES FALTA NI LES SOBRA NADA, A AQUELLOS QUE HAN SIDO CREADOS PARA DISFRUTARLOS COMO UNA PIEZA MUSICAL SIN FISURAS.

SI OS APETECE, AQUÍ OS LO DEJO PARA QUE LO DISFRUTÉIS:


“COMUNICADOS DE LA TORTUGA CELESTE
Bach y las nubes
Entre las distintas cosas que pueden hacer mis manos, una de ellas es tocar en el piano la transcripción que hiciera Ferruccio Busoni del Coral Nun komm?der Heiden Heiland (Ahora llega el Salvador de los gentiles) de J. S. Bach. Bach escribió el coral al principio del siglo XVIII, Busoni hizo la transcripción a principios del siglo XX y yo lo toco a principios del siglo XXI. En la transcripción de Busoni, el bajo es una ininterrumpida serie de octavas en la región más grave del piano, sobre las cuales se superponen las voces que corresponden a la orquesta, casi todo el rato dos voces, que trazan unas melodías muy lentas y melancólicas. Pero cuando surge el canto, la parte que corresponde al coro, todo se revoluciona. Hay cuatro intervenciones del coro, todas ellas llenas de una maravillosa pasión, de una casi inconcebible densidad de pensamiento y de emoción.
Renuncio a analizar estas cuatro intervenciones desde el punto de vista de la teoría. Lo que escucho al tocarlas, incluso ahora que leo a primera vista y cometo errores, es una música que es «verdad». Una música que está «viva». Una música que me habla a mí directamente, y que expresa exactamente lo mismo que yo siento.
Todo sucede ahora. Una música que abre una región en mí, una voz: Que pone una voz a lo que yo sentía sin poder expresarlo (puesto que no tenía voz para hacerlo). Que se dirige al centro mismo del dolor y expresa un grito que es exactamente el mismo grito que suena en mi interior, el mismo grito que lleva sonando desde los albores, desde el mono, desde el horror del principio. Se levanta hacia arriba, simbólicamente hacia los cielos. Es la voz de una persona, mi voz y la voz de todos los seres humanos. La voz de nuestra horrible tristeza y de nuestro desconcierto y de nuestra infinita melancolía. Y todo eso, ¿cómo? ¿Pulsando las teclas de una máquina de madera? ¿Leyendo las notas que un alemán apuntó en un papel con una pluma de ganso hace casi exactamente trescientos años? Para la imaginación, dice Klingstein, todo sucede ahora, todo es verdad y todo se refiere a mí.
Algo más tarde, caminando por el campo, me sorprende la visión de una extraña formación de nubes en medio de un cielo por lo demás despejado y teñido de maravillosos colores. Lila, rosa, naranja, gris plomo. Jamás había visto nubes tan extrañas y dramáticas en estos parajes de Ávila. Una inmensa nube oscura, de un color gris amoratado, se eleva como un torbellino en medio de un cielo rosa y anaranjado.
Como un grito. Hay muchas otras nubes en el cielo, formas oscuras nítidamente perfiladas de rojo y una gran nube vaporosa recorrida en su interior por ondas que recuerdan el fondo arenoso del mar. Pero esa inmensa nube oscura que flota sobre el mar y sobre el rosa y sobre el naranja cálido del horizonte, me parece de nuevo que tiene que ver conmigo, que está viva, que me está diciendo algo, y al contemplarla siento una emoción parecida a la que sentía tocando el coral de Bach. Porque esa intensidad de oscuridad es la misma intensidad de oscuridad que anida en mi interior, ahora expuesta en medio de los cielos como un grito que abarca el firmamento.
Sólo es una nube, me digo. No significa nada. No tiene ningún mensaje. No me habla a mí. No hay nada en mí que tenga que ver con ella. Sí, sólo es una nube. Sólo es un coral de Bach. Sólo es música. Sólo es un niño. Sólo es una mujer que vive con nosotros. Sólo es una anciana. Sólo es un libro. Esas son las cosas que nos decimos: sólo es un libro.
Sí, sé que la nube es sólo una nube, que se trata de una formación natural de vapor de agua producida por causas meramente físicas. Y sin embargo está viva. Y me habla. Y me habla precisamente a mí. Sí, sé que esta nube será visible para miles de personas en un radio de centenares de kilómetros. Sé que nadie la ha puesto ahí para mí exclusivamente. Sin embargo es mía. Sin embargo es mi nube. Porque no está realmente en el cielo de la tarde, sino dentro de mí. Porque esa nube soy yo. Si el lento avance de la música de Bach me recuerda al movimiento de las nubes y las formas de las nubes me conmueven del mismo modo que la música, entonces ¿es que estoy hecho de música, o es que estoy hecho de nubes? ¿O es que la música y las nubes están las dos hechas de lo mismo que estoy hecho yo, que vivo, y tengo un cuerpo, y miro, y respiro, y tengo un nombre, y sufro el peso de la existencia, es decir, de la imaginación?

Andrés Ibáñez”

(PUBLICADO EN EL "ABCD LAS LETRAS Y LAS ARTES DE LA SEMANA DEL 17 AL 23 DE OCTUBRE DE 2009. Nº 919)

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