sábado, 8 de noviembre de 2008


Me encanta que en mi obra participe el azar. Me gusta sorprenderme, dejar hacer. Normalmente, cuando pinto, no tengo una idea que plasmar. Sólo siento el deseo de pintar, de dejarme llevar por el impulso. La obra se empieza a hacer sola. A veces empiezo por una mancha, otras por un trazo. Siento una gran atracción por el rostro, más o menos humano. Suele ser mi temática preferida y recurrente. No sé de dónde me viene; pero recuerdo que en mis inicios en la pintura frecuentaba el taller de mi profesor, amigo y maestro; y que en aquel tiempo él estaba trabajando sobre una serie de pinturas en las que predominaba la presencia de un rostro de esculturas clásicas, con muchísima fuerza; quizás tanta que todavía está presente en mí después de tantos años. Le debo mucho. Creo que mi pintura tiene una estética expresionista; pero una intención, si se puede llamar así, surrealista. Me gusta la escritura automática y mi pintura siento que también lo es. Una vieja amiga me dijo una vez que escribía igual que pintaba. Lo más probable es que sea cierto.Lo que sí puedo decir es que mis cuadros expresan más de mí que mis palabras. Soy totalmente yo en ellos, sin control, sin trabas, sin prejuicios, sin límites. Mi pintura es mi mayor verdad.
Llevo algún tiempo jugando con la fotografía. Me encanta la prontitud de las cámaras digitales, el poder ver de inmediato lo que has intentando retener. Desde hace algún tiempo también disfruto con la cámara de mi teléfono móvil. Me gusta su falta de definición. Valoro sobre todo el encuadre y su turbiedad. A veces es bonito lo feo.
La pintura y la fotografía me sirven para hablar sin palabras, para expresar lo que a veces no digo, lo que me cuesta o no sé decir.En ellas me desnudo por dentro, quedo a merced de todos, a la intemperie.

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