ÉRASE UNA VEZ UNA HERMOSA PRINCESA QUE VIVÍA SOLA EN UN LEJANO PALACIO. NO TENÍA A NADIE. LOS MIEMBROS DE SU FAMILIA O HABÍAN FALLECIDO O HABÍAN DESAPARECIDO PARA SIEMPRE, BUSCANDO UNA VIDA MENOS ABURRIDA; PERO LA PRINCESA DE ESTE CUENTO PREFERÍA LA SOLEDAD A TENER QUE AGUANTAR LO INSOPORTABLE DE LA CONVIVENCIA, PREFERÍA DAR PASEOS POR SUS PRADERAS EN ABSOLUTO SILENCIO, SÓLO ROTO POR EL SONIDO DE LOS ANIMALES QUE ABUNDABAN EN ELLA. NO QUERÍA A NADIE A SU LADO Y MENOS A UN HOMBRE. LE HORRORIZABA LA IDEA DE COMPARTIR UNA CAMA O UNA HABITACIÓN. NO ESTABA DISPUESTA NI A COMPARTIR SUS SALONES. LE ENCANTABA BAILAR SOLA. NO NECESITABA A NADIE PARA SENTIRSE DICHOSA. SE HABÍA ACOSTUMBRADO A LA SOLEDAD Y ESTE ERA EL ÚNICO ESTADO QUE AMABA. NO ERA POR EGOÍSMO NI POR DESPECHO, SIMPLEMENTE ERA POR AMOR, AMOR A SU LIBERTAD, A DECIDIR POR SI MISMA SIN MIEDO A EQUIVOCARSE Y A QUE NADIE SE LO REPROCHARA. AMABA LA VIDA, SU VIDA.
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